"En treinta y seis años de existencia, había acabado por aprender a ser olvidable, a convertirse en invisible para no provocar las risas y las burlas que estallarían sin parar en cuanto la gente cayera en la cuenta. No ser ni guapo ni feo, ni gordo ni flaco. Solo una vaga silueta entrevista en el borde del campo de visión. Fundirse con el paisaje hasta negarse a sí mismo y limitarse a ser un lugar ajeno nunca visitado. Durante todos esos años, Guibrando Viñol se había pasado todo el tiempo renunciando a existir".
He aquí unos de mis regalos del Día del Libro: una historia que comienza hablando sobre la rutina y el fracaso y que va llenándose de optimismo en cada página.
Guibrando Viñol es el protagonista; un joven que odia su trabajo porque consiste en destruir los libros sentenciados a muerte. Incapaz de salir de esa espiral de asco y desánimo, salva cada día unas hojas de esos libros para leerlos en voz alta en el vagón del tren. Un pequeño acto de rebeldía del que apenas es consciente y que supone, al menos, una puerta abierta a la esperanza.
Pero no solo trata de Guibrando Viñol: también es la historia de su compañero de trabajo, que perdió sus piernas en la máquina "devora-libros", o de las ancianas que viven en una residencia y que tienen una idea magnífica que lo cambiará todo, o de la joven escritora encargada de limpiar los baños de un centro comercial...
En definitiva: un libro breve pero lleno de momentos enternecedores, de esos que merece la pena leer. Y, por últimos, me ha encantado la humanizada descripción que hace de "la Cosa", la máquina trituradora de libros: realmente estremecedora...
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Reading Challenge 2015: un libro con un número en su título.