Ojalá pudieran durar eternamente aunque, claro, ya no se llamarían así y no las esperaríamos ni las disfrutaríamos con tanta ilusión... Además, tal y como está la situación actual, es toda una suerte poder decir que se han acabado las vacaciones, porque eso indica que tenemos trabajo...
Temporada de piscinas, de terrazas, de viajes que, afortunadamente, hemos controlado bastante bien: en el coche ya no hay chillidos y llantos desconsolados, aunque ahora oímos hasta la saciedad las canciones de los "Cantajuegos" (¿alguien sabe cómo sacárselas de la cabeza? Ha habido noches en las que sus melodías se repetían en mi mente una y otra vez...). Viajar sigue siendo toda una odisea, pero con buena logística está todo controlado.
Un año más conociendo el pueblo del papá, en Salamanca |
En cuanto a lo demás, pasar las 24 horas con el niño es genial pero, reconozcámoslo: hay momentos en los que me han dado ganas de gritar. Y es que es agotador seguir el ritmo de este torbellino que parece incansable. ¿De dónde saca tanta energía un bichito tan pequeño? Por otro lado, es maravilloso ver con qué ilusión vive cada suceso cotidiano: ver pasar una moto o un autobús (¡Qué obsesión tiene por las ruedas, madre mía!), esconderse y ser encontrado, cruzarse con un guau-guau en la calle, prepararse para ir a la piscina..., y así innumerables gestos que llenan de alegría la casa y que echaré de menos cuando empiece la escuela infantil y el trabajo.
Me temo que, de nuevo, nos esperan a los dos unos días complicados...Toca volver a separarse.